Unos lo censuran, otros lo comparten, otros se limitan a señalarlo,
otros más lo lamentan, pero todos lo han notado y me lo han hecho
saber con palabras airadas o resignadas o cómplices: la distancia
cambia lo que se ha dejado atrás, lo que está lejos, en este caso
la patria.
Cada lector tiene una patria particular, un recuerdo entrañable y
único de lo que fue, pero que el tiempo y la distancia han ido puliendo
hasta convertirlo en algo que no es, no fue, no será, o consiste ya
en solamente una imagen que no tiene sentido para nadie más...
Por ejemplo, cuando pienso en México me vienen a la mente los llanos
llenos de basura en Apan, pedazos de carretera, el malecón de Veracruz,
el cementerio de Alvarado, los ojos de mi primera novia, y una canción
de MarÃa Elena Walsh: "Porque me duele si me quedo, porque me muero
si me voy...". No sé por qué.
Quien se fue de Perú, emigró de Venezuela, dejó Argentina o Uruguay,
huyó de Chile, de Bolivia, de México, de Cuba, quien salió de Nicaragua,
de Brasil, de Colombia, sabe de qué se trata.
A pesar de eso, he recibido reproches de lectores que reclaman cada
vez que menciono cosas negativas de un paÃs, como si fueran mi culpa
la corrupción, la pobreza, el fraude, la violencia, el encono, el
subdesarrollo, las carencias.
Lo cierto es que el que se va de su patria -aunque regrese- se convierte
en alguien ajeno, distinto, lejano. Quien vuelve espera en las esquinas
a que se detengan los autos para que uno pase, que las cosas funcionen,
que no haya basura, que los servicios sirvan.
"Me sentà extranjera cuando llegué a otro paÃs", me explicó una amiga.
"Pero más extranjera me sentà cuando regresé al lugar del que habÃa
salido. Las cosas ya no estaban en su sitio, la gente era diferente,
y yo ya no pertenecÃa a ningún lado".
Tal vez por lo mismo -aunque de otra forma- quien no vuelve se acuerda
sólo de lo que se acuerda, y la memoria es generalmente generosa.
Bola de Nieve lo dijo asÃ: Seré en tu vida lo mejor/ cuando me
llegues a olvidar/ en la neblina del ayer/ como es mejor el verso
aquel/ que no logramos recordar...
Y entonces uno entiende por qué personas que vio dos veces en la vida
son de pronto inolvidables, y sabe a qué atribuir el encanto de un
corral que huele a caca de vaca y pasto recién cortado, o el atractivo
de un callejón a media luz, o el vago temor que lo hace a uno evitar
una esquina.
Mi particular circunstancia me impide extenderme por ahora en este
tema. Algunos lectores han sugerido que cuando se aleja de la patria
se vuelve particularmente crÃtico y señala errores y defectos como
un amante abandonado. Lo más probable es que sea cierto.
Pero estoy triste, y eso hace que recuerde a dos muchachos de Oaxaca
que me encontré entre los huizaches de San Diego hace diez años. VivÃan
en el suelo, entre los arbustos, bajo una lona y sobre un colchón
que la humedad y la mugre habÃan comenzado a consumir, rodeados de
latas vacÃas y restos de fogatas rupestres.
-Pues no nos gusta vivir asà -me dijeron esa madrugada con voces acentuadas
por el vaho- pero aquà podemos mandar cien dólares cada dos meses
para la familia...
Y ese recuerdo y otros -de otra parte donde las cosas tienen nombres
que nadie se hubiera imaginado- me hacen sentir un nudo en la garganta
y darme cuenta que (como habrÃa dicho mi bisabuelo francés) la mar
se llesa cuando uno piensa en la patria. No es poca cosa.
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