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In memoriam sombrero II


No hace mucho, pensando en una cosa y en otra, me dio por reflexionar -un acto elegante y profundo y pensativo como pocos- sobre el gusto y la costumbre de usar sombrero. Para algunos, el uso es cosa del pasado conocido aunque remoto: el arquetipo era el pachuco angelino, que Tin Tan tradujo al mexicano y luego al latinoamericano. Para otros es cosa de leyenda: no conocen a nadie que use sombrero o que lo haya usado.

Son especie a punto de extinguirse los que usaron o usan sombrero, ya sea por la edad, por la falta de surtido y la escasez de existencias, o por la naturaleza misma de la prenda. Ya exploramos algunas posibilidades del caso.

Pero Cristina Lerner me hace notar que nadie olvida que los sombreros fueron asimismo cosas de mujeres, a pesar de las limitaciones propias de la industria en los siglos diecisiete, dieciocho, diecinueve y aun principios del veinte, aquellos tiempos siempre, otros tiempos, cuando las cosas eran diferentes y se usaban en la cabeza prendas francamente inefables, como hemos podido constatar en las adaptaciones de las Austen a la pantalla.

Sin embargo, cuando pienso en sombreros de mujeres pienso en el que usaba la Chacha (prima hermana de mi abuela, ella misma convertida en una abuela sin nietos, amorosa y arrugada, cuando joven sujeto y tema del bolero que hicieron inmortal Los Panchos), porque el sombrero que usaba era de paja y estaba roto y sudado y lo dejaba sobre la banca de la cocina cuando iba de visita, y yo lo miraba mientras me arrullaban las voces de las dos ancianas recordando...

Si lo pienso bien, no logro evocar a ninguna otra mujer que yo haya visto con sombrero. Es verdad que aparece fugazmente en mi memoria Lucila Lavalle, mujer alegre como ninguna otra, divertida, guapa -si me permiten que lo ponga de esa manera-, vestida para ir a la playa donde ahora se alza Laguna Verde, con un sombrerazo que no dejaba que el sol la tocara. Pero eso no tiene chiste, porque hombres y mujeres pueden ponerse sombrero cuando van a la playa, y porque no he conocido a nadie tan feliz de la vida como ella...

De ese recuerdo de infancia mi experiencia sombreril salta un cuarto de siglo hasta el recuerdo de una novia que fue del maestro Manolo Santiago, y que de muchas maneras era -y espero que siga siendo- una mujer de otra era. Usaba sombrero, sombreros de los que uno se encontraba en revistas antiguas, objetos sobrios que alguna mujer no necesariamente convencional terminaba por llevar en la cabeza.

Pero en mis tiempos las mujeres no usaban sombrero, moda que siempre me ha parecido estorbosa. Si acaso terminaban por ponerse uno prestado, de hombre, o de muchachos que a mi edad ignoraban la importancia de llevar la cabeza cubierta, despreciando los expertos consejos de los manuales de urbanidad.

Casi solamente las artistas de cine -por exigencias del libreto y no por preferencia ni vanidad propias- usaban sombrero. Son innumerables los ejemplos mexicanos, que alguna vez fueron el non plus ultra del arte encarnado en una musa que no importa tanto.

Y, por supuesto, usaban sombreros a sus modos las modelos: las moras, las gallegas, las andaluzas, las cordobesas, las portuguesas y en general las majas de la madre patria o cualquier otra extranjera en general de cejas anchas, piel morena o blanca, redondeces expuestas y mirada vaga, perdida en la noche de los tiempos.

Por otro lado, hay quien sostiene que las mujeres ricas siempre han usado sombrero. Puede ser. No conozco a ninguna mujer millonaria, y las esposas de algunos amigos que lo son nunca han usado sombrero. Si acaso usan gorras de marca para que la luz no les hiera los ojos.

En las revistas europeas aparecen mujeres -de edad o de familia de noble origen y alcurnia establecida- con modelitos que mueven a sonrisa. El hecho de que muy pocas mujeres usen sombrero en nuestros tiempos revela que la vaina les parece superflua y excedente, y que se ha perdido en la bruma de las modas. Para decirlo en una palabra: el sombrero ya no sirve para nada.

Y es una pena. Tal vez hubiera sido una prenda de vestir de cierta utilidad lo mismo para hombres que para mujeres: el sombrero tapa la luz, protege de la lluvia, evita el polvo, conserva la forma del peinado, y tiene, en fin, virtudes numerosas, todas ellas dignas de tomarse en cuenta.

Basta. Algún otro día hablaremos sobre la sentencia que advierte: no cualquier sombrero en cualquier cabeza. Y tal vez también sobre la salud del general Augusto Pinochet y las cosas extrañas que están pasando en el caso de Elián González…


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La Columna de Miguel
El mundo, el periodismo, la vida cotidiana, los estereotipos, las anécdotas, a través de la particular lente de Miguel Molina.

ÍNDICE DE CHARLAS

¿Quién salvará a El Salvador?
Hijos de la Vieja Albión
Sobre vivir con miedo
Mirarse en un espejo ajeno

Las interniñas y un viejo vestido de blanco
Ashley tiene una pistola
Recuento
Tres mitos para Caterine
Cosas que ya no tienen remedio
La noche en que el sistema se vino abajo
Los trenes ya no van a ningún lado
Clones y extraterrestres
Reflexiones de un ludita aficionado
Las olimpiadas ya no son un juego
Donde no se atreven la ibuprofen lisina ni el maleato de domperidona
Los niños de la calle y Bill Clinton
En tren, en góndola, en el baño
Qué piensa y qué oye Fujimori
Nada como no hacer nada
Gordon puede darse por muerto
Me preguntaron qué pensaba
¿Y el lunes qué?
Jardín del Edén
Se llama Kennedy y toca el violín con micrófono
Tecnología por tu bien (I)
Nunca tuvo ningún perro
Iloveyou
Días del trabajo
Elián y las niñas
Razones de amor para no fumar
Casi el paraíso
El derecho a preguntarle al presidente
Virtud de los peluqueros
El precio de la paz en Colombia
Ahí viene la guerra
In memoriam sombrero II
In memoriam sombrero I
Inútil divagación sobre la patria
Cercanía y distancia de México
Otros diez minutos sin Martí
La urraca, la zorra y el silencio
Ecuador: las manos en el fuego
Esa noche...
En descargo de la nostalgia
El dios y el diablo del teniente coronel
Fin del mundo y platos sucios
El niño y el mar
Cosas de noviembre
Cita con las estrellas
Días y noches de Miami
Tea, sir?
Mitos de Londres

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