El 2 de octubre tomé un avión y vine a Miami. "Qué envidia", decÃan
mis colegas. "No vas a tener invierno", me anunciaban. "Será como
una vacación de seis meses", me reclamaban. "Ya no vas a volver",
anticipaban algunos.
Y me recibió un calorón costeño como pocos (en Londres los calores
son del Metro o, cuando mucho, del mediodÃa, cosa de echarse en un
canapé sin camisa para pasar de pálido a amarillo), y luego la noche
con promesas de fiesta y las tardes con olor a agua de colonia y las
autopistas llenas casi a toda hora.
Una noche vimos caer a Benny. Fue en un restaurante cerca de la oficina
de la Â鶹¹ÙÍøÊ×Ò³Èë¿Ú, y era ya más domingo que sábado, y las muchachas gritaban
"Déjalo, Benny", "Ya no, Benny, ya no", "Cálmate, Benny", y el tipo
que se arrojaba contra el grupo tirando mandobles con los puños y
los ojos cerrados -porque sólo asà se atreve uno a enfrentar a enemigos
borrosos- debe haber sido Benny, porque tan pronto como lo arrestó
la policÃa con gran despliegue de luces y sirenas se calmó la cosa,
Iscar Blanco indicó "Pobre Benny, que además de pasar la noche en
la cárcel tendrá que enfrentar la ira de su novia y el desprecio de
la tÃa de su novia...".
Esa fue la primera noche que pasé en Miami, cruzando puentes, y la
terminamos comiendo quién sabe qué en un Dennys.
La larga noche de Benny fue la primera señal de que habÃa llegado
a otra parte del mundo. La otra señal fue que dos semanas después
vino el huracán Irene y dejó varias partes bajo el agua y oliendo
a alcantarilla fresca (en Londres, para comenzar, no hay huracanes,
sólo una lluvia pertinaz que cómo molesta, pero eso únicamente en
otoño y en invierno).
Regresé a mi casa en la oscuridad, esquivando pozas, cadáveres de
animales menores, árboles tronchados y palmeras descuajadas, carros
varados...
Al otro dÃa fui a la playa. Caminar en la arena al pie del mar es
lo más cerca que he estado de los dioses, y en busca de ellos me fui
esa tarde todavÃa ventosa, y me recibió el aroma fétido del agua,
caminé en el sendero húmedo y viscoso que formaron las algas, y me
sorprendà al ver a una señora medio en cueros que trataba de abrir
una lata de cerveza en la playa abandonada (en Inglaterra la playa
no tiene arena sino piedras, el agua huele a humedad, no hay algas,
y las señoras no se exhiben medio en cueros aunque traten de abrir
una lata de cerveza).
Me llevaron a ver los edificios bonitos, los lujosos, las islas donde
viven los famosos (yo mismo, insular hasta donde se puede, vivo en
una isla rodeado de famosos por todas partes menos la que me toca),
y las grandes concepciones arquitectónicas donde se celebran cosas
de mucha gente.
Luego a poco -como decÃan mis mayores- vinieron los Van Van. Mucha
gente fue al concierto, pero mucha gente también los esperaba a la
entrada gritando cosas que en otro paÃs habrÃan sido delito. Eran
unos cubanos insultando y vejando a otros cubanos -y no cubanos- que
querÃan oÃr música cubana en Miami.
Me sorprendÃ. Nunca habÃa visto tales expresiones de odio, de intolerancia,
de incongruencia. "Éstos quieren gobernar Cuba cuando se muera Fidel",
me dijo un amigo al que la prudencia me permite identificar sólo como
Raúl. "Se vendrÃa una guerra civil que acabarÃa con la isla", aventuró
Raúl.
Cuba es un tema ineludible para quien vive en Miami. Hay Cuba en los
diarios, la televisión, la radio, los mapas, el mar, la sopa. Igual
pasa con los cubanos, por eso en Miami se habla español (en Londres
se habla español -aunque haya quienes insistan en llamarlo castellano-
en muchas partes, pero nunca como aquÃ), y quienes gobiernan son cubanos
aunque hayan dejado de serlo.
Nada más por curiosidad escuché dos semanas la misma estación de radio
en español. El tema era el mismo: sexo, en todos sus programas, en
todas sus variantes y posiciones y posibilidades y rincones oscuros.
Se me ocurrió tomar un dÃa el autobús (perdón, la guagua), y el tipo
que me encontré en la parada se puso a conversar sobre las dimensiones
genitales de los mexicanos, cosa que hasta la fecha no se me habÃa
ocurrido ni siquiera como tema de conversación. Será cosa latina.
La breve relación anterior de mi viaje a Miami y mi estancia en la
ciudad puede servir como ejemplo de lo que puede sentir uno cuando
viene a vivir a una penÃnsula tan cerca de la Ãnsula madre: calor,
fiesta, huracanes, playas semidesiertas, ejercicios de construcción
y actos de intolerancia, un gobierno latino en el brazo izquierdo
de Estados Unidos, y una preocupación muy marcada por el sexo propio
y ajeno. Éso, y -si uno tiene una mujer en su vida- extrañar su mujer.
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